Las emociones son nuestras fieles compañeras. Desde que nacemos nos enfrentamos al mundo a través de ellas ¡Qué suerte que nunca nos abandonan!
Nuestro cerebro constituye un entramado de conexiones que, entre muchas otras cosas, nos dota de la capacidad de emocionarnos permitiéndonos conectar con nuestros mundos, interno y externo. Las emociones nos alertan de potenciales peligros “¡Uy!, que miedo mejor no hablo con extraños”, nos permite relacionarnos con otros “que alegría compartir con mis amigos” y con nosotros mismos “Estoy algo triste por la muerte de mi mascota” y, sobre todo, median nuestro comportamiento “¡Asco! que mal sabe este alimento mejor lo tiro”.
Las llamadas emociones básicas, esas que nos acompañan desde pequeñajos y que vamos desarrollando a lo largo de la vida, nos dotan de la activación necesaria para hacer frente y adaptarnos a las situaciones que enfrentamos día a día. Imagina, por ejemplo, que caminas por un descampado y de repente visualizas una enorme serpiente. Sin saber mucho sobre el réptil y su nivel de peligrosidad, se enciende sin tu aparente intervención, una emoción: el miedo, que activa tu sistema de lucha o huida para salvaguardarte del “peligro”. Pero, pese a su aparente automatismo (sin negar que existen experiencias emocionales que así suceden) se reconoce la presencia de múltiples factores cognitivos (pensamientos, creencias, valoraciones) que favorecen la aparición del miedo, la tristeza, la ira, la sorpresa o cualquier otra emoción.
Toda la vida, al menos en la mía, hemos escuchado que las serpientes contienen un veneno capaz de matarte, por eso el miedo será lo primero que experimentes cuando te encuentres con una (si es que te enseñaron lo mismo que a mí). En cambio, habrá quienes hayan convivido con ellas y desde críos posean la idea de que el veneno no te puede matar si eres capaz de dominar al animal. Así, la emoción que probablemente se active sea la curiosidad ante el “mágico” encuentro.
En mi caso, el miedo, como mediador de mi comportamiento, puede que me haga girar y volver por donde he venido evitando de esta manera a la serpiente. Habrá quienes, presas del mismo miedo, griten y corran despavoridos o incluso se desmayen en el acto. En caso de sentir curiosidad, todo apunta, que la persona se acercará en silencio y lentamente intentará cogerla o al menos admirarla.
Nuestro ejemplo, banal para la situación que de verdad nos envuelve (diagnóstico de cáncer), nos permite puntualizar lo siguiente:
- Nacemos dotados con emociones que se van desarrollando, moldeando e individualizando por nuestras propias experiencias, lo que hace que todos tengamos un particular mundo emocional.
- Cada persona reacciona al ambiente desde la subjetividad, es decir, la experiencia emocional y consecuente actuación, ante determinadas situaciones, es única e irrepetible aunque reconocemos que existen ciertos patrones por el que nos podemos guiar e intuir qué es lo más probable que suceda.
- Las emociones van seguidas de una conducta casi siempre evidente para los demás. Algunas veces muy propias de la especie humana (fruncir el ceño o tensar los músculos cuando estamos molestos) y otras propias de cada historia personal (tirar objetos al suelo o chillar si somos víctimas de la ira).
Ahora, desde la noción de particularidad e individualidad, piensa en lo qué harías en este caso (en el de la serpiente recuerda) ¿qué emoción crees que se activaría? Y a partir de ella ¿cómo crees que actuarías? Si tienes a alguien cerca, pídele que imagine la situación y haz las mismas preguntas. Quiero que puedas notar, desde lo simple, la variabilidad entre mundos emocionales y, sobre todo, entre reacciones.
Ahora pensemos en el tema que más nos interesa: El diagnóstico de cáncer.
Actualmente el cáncer es percibido por la población general como una enfermedad dolorosa e insidiosa que deteriora y recorta las potencialidades individuales para conducir con mucha probabilidad a la muerte.
Pido perdón si no formas parte del grupo de personas que, durante los primeros días del diagnóstico, tenía ésta idea, o una similar, sobre el cáncer. Si tu percepción al recibir el diagnóstico fue completamente diferente nos gustaría que compartiera con nosotros la experiencia.
Sea cuales sean tus creencias, valoraciones, percepciones o contexto individual, el recibir la noticia del diagnóstico (una de las fases del proceso de enfermedad), sin lugar a dudas, va a generar una o varias emociones, incluso pueden ser tantas y tan simultaneas que no logre identificarlas. Sintiéndote, más bien confundido(a). Como paciente o familiar, escuchar la noticia va a impactar de una u otra manera.
Puedes recordar qué emociones surgieron en tu caso durante los primeros días del diagnóstico. Conviene que las anote en un block o folio, colocando una columna para las fases y una columna para las emociones (puede ser útil el modelo que se agrega al final del artículo*).
Ya os mencioné que existen ciertos patrones que nos permiten predecir qué es lo más probable que suceda en estos casos, qué emociones son más comunes y qué reacciones son más frecuentes. Por eso, me atrevo a decir que el miedo (como emoción básica) es lo primero en aparecer, simplemente por nuestra capacidad humana de generar vivencias futuras poco alentadoras: efectos negativos del tratamiento, abandono de proyectos, pérdida de autonomía o la propia muerte ligada al abandono físico de personas importantes. Pero, este momento tan difícil y la visualización de todos los cambios que amenazan las esferas de la vida (física, emocional, social, laboral y familiar) pueden desencadenar otras emociones como sorpresa, tristeza, rabia, culpa, desesperanza, desasosiego o, quizás arrepentimiento.
Lo que sucede es que apenas es el inicio, solo se ha recibido el diagnóstico y aún, quedan fases por recorrer. ¿Recuerda la metáfora del “Rio de la vida” de nuestro segundo artículo? Aún quedan aguas turbias y menos turbias que pasar, o ¿“El viaje inesperado”? más destinos por conocer en este viaje que implica el proceso de enfermedad. Fases como el tratamiento activo y sus efectos, la recuperación, remisión y en varios casos la recaída, otra recuperación, la fase avanzada o terminal. La enfermedad viene cargada de situaciones nuevas, de momentos difíciles e intensos, de síntomas, pruebas diagnósticas, la espera, el recibir resultados, tratamientos, secuelas…
Una multitud de situaciones potencialmente diferentes que no harán más que EMOCIONARNOS. Activar experiencias emocionales de todo tipo. Desde las más placenteras y potencialmente deseadas, por ejemplo, alegría al escuchar las palabras “ya no hay células cancerígenas”, hasta las menos deseadas por ser generadoras de malestar, por ejemplo, vergüenza al sentir las miradas por el cambio de apariencia.
Emociones, agradables o desagradables, que son parte de la condición humana de vivir pero que, aun sabiendo que son ineludible, las rechazamos cuando las consideramos generadoras de malestar. ¡Bienvenida sea la alegría! Ella sí que es buena. Rechacemos o evitemos a toda costa la tristeza, la amargura, la rabia u otras catalogadas como negativas o molestas. Lejos de estar de acuerdo con lo anterior, es importante entender que todas las emociones son necesarias ya que nos ayudan a adaptarnos a situaciones importantes. Debemos despojarnos del mensaje “la meta en la vida es ser felices y comer perdices”. Nada más ajeno a la realidad humana. Todas las emociones son positivas en tanto que nos permiten reaccionar ante lo que acontece, ya luego se valorará si esa forma de reaccionar es la correcta o no según el contexto, ese no es el problema ahora.
Por los momentos, sea cual sea nuestro papel en este “viaje” (paciente, familiar, amigo o personal sanitario), cultivemos la idea de que la alegría convive con el resto de las emociones, incluso con su eterno archienemigo, la tristeza. Somos miedo y curiosidad, sorpresa y rabia. No nos enfrasquemos solo en las emociones placenteras, porque, contrario a lo deseado, se alejan cada vez más. ¡Es como buscar las llaves de casa!, Cuando tienes la intención de hacerlo, no aparecen; basta con parar la búsqueda para que, mágicamente, aparezcan en el lugar más visible de nuestro hogar.
Dejemos que todas las emociones sucedan, sean estas positivas o negativas, sin reprimirlas, camuflarlas o mantenerlas por largos periodos. Demos permiso a que estén allí, sin fusionarnos como si fueran nosotros mismos. Recuerda que solo son parte de ti, no son tu identidad. Así, evitamos caer en la trampa de seguir lo que nos dicen, de ceder al control de la emoción (hacerles caso) dejando de lado lo que se valora (cosas importantes).
Mucho menos nos empeñemos en minimizar, controlar o eliminar las emociones generadoras de malestar como requisito para vivir plenamente. Haciendo cosas como: descansar en exceso buscando la total desconexión, intentar distraerse, pensar cosas positivas, buscar constantemente información para encontrar solución a los problemas y conseguir tranquilidad, usar drogas. Demonizar el sufrimiento como si se tratara de algo anormal, cuando realmente es parte inevitable de nuestra existencia.
Piensa e identifica tus emociones generadoras de malestar. Pregúntate si te estás dando permiso para sentirla “Esta mala noticia es normal que me entristezca… ¿Me doy permiso de conectar con mi tristeza, identificarla y expresarla?”, si las estás rechazando realizando acciones encaminadas a su evitación “No quiero que nadie me hable de cosas malas, debo tener pensamientos positivos y así ser feliz”, o si te has abrazado a ellas como si fueran tu única opción “Cómo quieren que deje de estar triste si tengo cáncer”.
En nuestro próximo artículo abordaremos la forma de gestionar nuestras emociones: estrategias y técnicas. Es importante emocionarnos (es de humanos) pero, también, es importante aprender a manejar (no eliminar, rechazar o evitar) nuestras emociones, de forma que podamos estar bien con nosotros mismos y con los demás.
*Registro emocional. (Solo se trata de identificarlas, luego abordaremos otros aspectos importantes)
Fases de la enfermedad | Emociones | Intensidad emocional Valore cada emoción del 1 al 10 donde 1 es poco intensa y 10 muy intensa |
Exploración inicial | ||
Diagnóstico | ||
Tratamiento activo | ||
Remisión | ||
Recuperación | ||
Reaparición – Recaída | ||
Fase avanzada-terminal | ||
Autora
Oriana Martínez Zapata
Psicóloga Sanitaria Col. M-28907