Imagina que vas por un largo río: navegando, nadando o como prefieras. Visualízalo del color que quieras, con la anchura que elijas y rodeado de lo que desees: arboles, ramas, montañas…
En tu paso por el río puedes sentir y observar zonas de agua con poca profundidad que generan tranquilidad, casi como estar en un embalse. Luego zonas con mayor movimiento que te hacen estar alerta y tomar acciones para no mantenerte así por mucho más tiempo. Pero seguidamente retomas y disfrutas de la calma. Puede que estos periodos se alternen, duren más o menos tiempo y que la intensidad, ya sea de calma o de caos, varíe.
Continúa recreando tu paso por el río, pero ahora… ¡sujétate con fuerza! acabas de entrar en una zona de corrientes que te hacen suponer que viene una gran cascada. Puede que ya hayas escuchado hablar de corrientes como estas, incluso puede que hayas pasado por algunas similares (jamás iguales). Puedes recordar lo que otros hicieron, o te contaron que hicieron, o recordar tu propia experiencia y lo que hiciste.
En tu paso por estas aguas inquietas ¿Qué haces? ¿Niegas que tales corrientes estén arrastrándote hacia quién sabe dónde? ¿Te quedas haciendo lo mismo que venias haciendo mientras estabas en calma? ¿Cubres tu rostro con las manos y te deja llevar sin más? ¿Rompes en llanto, gritas y pides ayuda? ¿Bajas de la barca y comienzas a nadar hacia zonas menos tormentosas? ¿Tomas los remos, sorteas los obstáculos y te mueves río abajo? ¿Pides un chaleco al navegante vecino?
Bienvenido al caudal de la vida. No es un rio con aguas embravecidas, es un diagnóstico de cáncer. No es un simple afluente largo… es la vida llena de calma y caos, momentos de bienestar y de malestar, demandas internas y externas que forman parte de las condiciones naturales de vivir. No es lo que haces en el río para salvaguardarte del torbellino de agua, sino lo que haces para reducir o asimilar las demandas que la enfermedad te pone de frente. Eres tú ante el diagnóstico de la enfermedad. Un momento que, solo recordar, puede exponerte nuevamente a la bomba de emociones que surgieron aquellos primeros días y que incluso aún siguen latente.
¿Qué piensas y qué haces para reducir la amenaza que supone la “fuerte corriente”?
Puede que seas tú quien se vea envuelto por la mayor intensidad de la corriente (te han diagnosticado la enfermedad) o puede que seas alguien que se agita ante la corriente intensa que rodea a un ser querido (le han diagnosticado la enfermedad a un amigo/familiar). Sea cuál sea tu papel en esta historia, te ves afectado –más o menos- y debes hacer algo.
Primero valorarás la situación, le darás un significado a la enfermedad. Dependerá de qué papel tengas en este “río de la vida”, de tus creencias, de tu sistema de valores y de una multitud de circunstancias más, por eso abre tu mente y deja entrar cualquier nueva posibilidad. Deja que convivan valoraciones distintas si lo deseas y por sobre todo respeta, empatiza e invita a reflexionar cuando una valoración, propia o de terceros, sea perjudicial.
La corriente será valorada por cada persona como más o menos intensa, como una amenaza desbordante o por el contrario como un reto o desafío que afrontar. Lo que, sumado a un estilo de afrontamiento, dará paso a un amplio abanico de actuaciones. Recordarás, del artículo anterior, que los estilos, además de flexibles e individuales, son tendencias a determinadas actitudes: ser pasivo, evitativo o aproximativo. Tu tendencia a comportarte de determinada manera te influirá a la hora de poner en marcha estrategias para manejar las demandas de la enfermedad. Siendo claros, el ser pasivo te dará poco margen de actuación, mientras que ser evitativo o aproximativo –aunque contrarios- te permitirá mayor amplitud.
Ya se ha mencionado el estilo considerado saludable o, al menos, más favorecedor de la adaptación a la enfermedad, si no lo recuerdas: el aproximativo. Pero no se puede ignorar que, en algunos momentos, el usar estrategias como evitar pensar en, o negar el pronóstico de la enfermedad (consonante con el estilo evitativo), puede generar en algunos, una paz mental que sería un error cuestionar. Siempre y cuando vaya seguida de otras estrategias de afrontamiento orientadas a la recuperación y al mantenimiento de la salud.
Continuando con lo que ahora atraviesas:
Estas allí, debes pensar y actuar para afrontar lo que ahora te rodea. Tienes una valoración de lo que ocurre y una tendencia o estilo de afrontamiento. Nuevamente, ¿Qué haces? Puede que tengas recursos para protegerte de las turbias aguas… del cáncer. Quizás hayas adquirido tales recursos en el curso de la vida, en tu paso por el río, ya sea desde tu propia experiencia o desde la experiencia de terceros que has sabido integrar como aprendizaje: Un chaleco, un remo, una barca, un navegante vecino o lo que es igual: asistencia sanitaria, recursos económicos, empleo, disponibilidad de información, amigos, familia, una mascota, si ahora del cáncer hablamos. Recursos entendidos como herramientas accesibles en el entorno inmediato.
Pero no solo se trata de tenerlo si no de usarlos y, aquí, iniciamos las estrategias de afrontamiento. Saber usar los recursos disponibles para protegernos de la adversidad que ahora predomina, es una estrategia. Piensa en ellos, detéctalos, descúbrelos y sácales el mejor provecho, de nada sirve tener buenos amigos si los apartamos cuando nos vemos enfermos. Puedes hacer una lista de recursos, así podrás tenerlos más claros y disponibles. En caso de no disponer de los recursos necesarios o de no ser estos suficientes, puedes poner en marcha otras estrategias de afrontamiento.
Lo ideal es que ellas sean favorecedoras o promotoras de la salud, el bienestar y la adaptación, aunque el diagnóstico de cáncer esté aún presente. Ya hemos conocido una estrategia, ahora, podemos conocer otras, teniendo claro que varían dependiendo del estado de la enfermedad. Se repiten o se usan solo una vez, son infinitas, variadas y no se agotan. Las aquí expresadas no son las únicas, hay muchas más por descubrir, y en definitiva, será toda acción o esfuerzo que se haga por minimizar el efecto de la enfermedad, alcanzar mejoría, adaptarse o conseguir alivio.
Expresa tus emociones.
Como paciente o familiar sientes algo: rabia, irá, tristeza, desesperanza, desasosiego, pena… esto si nos remitimos al inicio del proceso de enfermedad. Date cuenta de que eso está allí, date permiso de tener la emoción o dale permiso a otros para que la tengan, reconócela, ponle nombre, quizás forma, luego exprésala de la manera que quieras. Hablar con alguien puede que sea tu mejor opción, o tal vez a través de la escritura, el dibujo o la música. Tantas formas como personas en este mundo. Lo importante: tomar consciencia de lo que sientes, expresarlo y continuar. Es decir, no permanezcas mucho tiempo anclado en la emoción, así, das paso a que otras vayan llegando a tu vida.
Vela por tu bienestar integral.
En especial para quienes padecen directamente la enfermedad. Recuerda que eres un cuerpo, pero también una mente y un espíritu. Por eso cultiva esas otras partes de tu ser que te hacen ser un ente completo. Hacer caso a las recomendaciones médicas es parte de la atención al aspecto físico, también, realizar actividad física ajustada a la situación, asumir ciertos hábitos nutricionales saludables o abandonar hábitos perjudiciales (drogas y alcohol). Buscar ayuda psicológica, apoyo emocional, hacer lo que te gusta o vincularse con actividades de ocio y recreación, son ejemplos de atención a la salud mental. Finalmente, fomentar la espiritualidad, sea como sea que la entiendas o la practiques.
Regula tus emociones.
No las olvides porque son parte de ti, ya sea si te agradan (alegría, orgullo, alivio.) o si no (tristeza, ira, miedo). Cuando surjan, nótalas, pero no dejes que sean ellas quienes controlen tu comportamiento y tomen tus decisiones. Solo tú como contenedor de esa experiencia sabes qué es importante para ti. Si el miedo a que las “aguas turbias” finalicen en una “cascada mortal”, te “aconseja” que no salgas de casa, más que para la quimio, piensa bien en lo que es valioso para ti. Quizás hacerle caso al miedo te esté alejando de tus amigos y seres queridos, de aquello que realmente valoras, dejando claro que son tus emociones quienes deciden por ti y no tú mismo.
Busca apoyo social.
Rodéate de aquellos que están dispuestos a echarte una mano ya sea como contenedores de esa expresión emocional o como instrumentos de ayuda. No todas las personas sirven para todo, habrá quienes puedan cogerte de la mano en silencio mientras recibes la amarga noticia, quienes puedan llevarte en coche a la clínica para tu primera sesión de quimio o quienes te hagan reír mientras tu padre está en cirugía por un tumor. Se receptivo y flexible, no tengas falsas expectativas de apoyo, bien sabes que algunos no están hechos para soportar ciertas corrientes. Sabrás quienes sí están dispuestos porque te lo harán saber, y si no… pregunta qué están dispuestos a hacer por ti.
Busca información.
Hay mucha información disponible y es importante hacerse con ella. Preguntar al personal sanitario o a cualquier persona en tu misma situación, leer libros, ver documentales o vídeos, mirar por internet o más. Lo importante es siempre contrastar la información para comprobar su veracidad y sobre todo, JAMÁS creer que eso que lees o escuchas es aplicable 100% a todos los casos. Cada persona y cada realidad, es diferente, por eso valora la información y no la asumas como real sino como posible.
Cultiva lo positivo,
tanto pensamientos como momentos o experiencias. Dentro de nosotros mismos podemos generar una multitud de ideas, pero como estrategia saludable, el optimismo es clave. Esa creencia general de que el futuro va a deparar resultados más positivos que negativos, de que lo bueno es alcanzable o que las cosas pueden mejorar es una forma saludable de afrontar la enfermedad, si se piensa de esta manera de seguro la orientación también será positiva y habrá mejor adaptación a la situación. Pero, además de pensamientos positivos como el optimismo, también es importante cultivar momentos de felicidad. Un café en una terraza con una antigua amiga, cantarle una nana a tu hijo o ver un atardecer, son ejemplos de experiencias positivas que se buscan y se disfrutan. Haz una lista de tus “momentos de placer” e invita a tus familiares y amigos a compartir contigo. Quizás es el momento de retomar aquello que siempre quisiste hacer o aquello que abandonaste por falta de tiempo.
¿Pocas? Seguro que sí. Os invito a compartir otras estrategias saludables que hayáis puesto en práctica y que sean útiles para todas las personas en la misma situación. Nosotros nos encargaremos de hacer crecer la lista. Podéis hacérnoslo llegar por email: psicory@cop.es/ info@asociacioncancerdepancreas.org
Autora
Oriana Martínez Zapata
Psicóloga Sanitaria Col. M-28907